Comunicado Público
Más de medio siglo ha pasado desde que, el 10 de diciembre de 1948, fue proclamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de Naciones Unidas, en medio del caos y la devastación dejados por la Segunda Guerra Mundial.
A partir de entonces se ha determinado que los Estados tienen la imperiosa responsabilidad de garantizar la protección de los Derechos Humanos a todas las personas del mundo sin distinciones raciales, religiosas, sexuales, socioeconómicas o políticas; que la promoción y respeto de la dignidad humana son necesidades ineludibles para la construcción, consolidación y mantenimiento de la democracia.
No obstante, 53 años después continuamos reuniéndonos, no alrededor de los logros obtenidos en materia de Derechos Humanos, sino desafortunadamente en torno a su violación, a los ultrajes e injusticias, a la explotación y opresión que soportan las mayorías; en últimas, al impedimento de la libertad y la dignidad humana.
Este 10 de diciembre nos congregamos para oponernos a la flexibilización laboral que tiene a miles de familias pasando hambre; a las empresas trasnacionales que están devorando el planeta, arrasando las fuentes de agua, las selvas vírgenes, los territorios de comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes; a las fronteras que se cierran ante los ojos impávidos de los peregrinos, exiliados, despojados; a los gastos militares en aumento, a la sacralización de la violencia contra la diferencia. Nos reunimos hoy 10 de diciembre de 2011 porque no estamos dispuestos a tolerar la difusión del miedo y la imposición de la resignación.
Nos oponemos a que se hable de igualdad como un eufemismo para ocultar las profundas brechas sociales, para encubrir las diferencias entre quienes acceden a la educación y quienes deben conformarse con opciones laborales indignas; entre quienes tienen tarjeta dorada para atención médica y quienes apenas si cuentan con SISBEN y deben someterse a largas horas de espera y una atención de pésima calidad; entre quienes logran obtener empleos con todas las prestaciones sociales y quienes se ven abocados a la vida delictiva como única alternativa para la sobrevivencia; entre quienes habitan zonas seguras y disfrutan de todos los servicios básicos y quienes viven en las laderas que se escurren con el invierno, quienes desconocen el agua potable que se obtiene al abrir la canilla, se conectan a redes ilegales de electricidad y ven correr los desechos por los caminos. Nos oponemos a que se pregone igualdad mientras exista un mundo para los que poseen y otro para los desposeídos.
Nos oponemos a que se diga que la vida es respetada y garantizada cuando en nuestros barrios caen niños y jóvenes por las balas y la miseria indistintamente; cuando la gente no puede disfrutar las noches cálidas conversando con los vecinos porque debe obedecer el toque de queda, en las mañanas debe correr al trabajo en medio del silbido de los tiros y regresar a sus hogares para continuar enfrentando la misma violencia y la misma miseria, violenta por demás.
Es inaudito que se grite a viva voz el respeto a la vida cuando la oposición es acallada con fuego, cuando millones de personas son sometidas a vivir –apenas existir– sin conocer el paradero de sus familiares desaparecidos; cuando miles de jóvenes son engañados con oportunidades laborales y obligados a portar un uniforme militar para, finalmente, acribillarlos en nombre de la patria y hacerlos pasar por guerrilleros caídos en combate.
Nos oponemos a que se llame libertad a la palabra censurada y la idea perseguida; a que se nombre seguridad a la construcción de cárceles y la penalización de todo lo que se salga de los parámetros establecidos; a que se entienda por dignidad a la exclusión, el hacinamiento, la insalubridad, las enfermedades endémicas que pululan en los centros penitenciarios de Colombia.
Porque resistimos y porque caminamos tras la utopía de un mundo distinto, el día de hoy estamos reunidas organizaciones de Derechos Humanos, de víctimas, de desconectados, de presos políticos, de estudiantes, de jóvenes, para invitar a reflexionar y continuar reclamando por condiciones de vida realmente dignas y el respeto y garantía de los Derechos Humanos.
A partir de entonces se ha determinado que los Estados tienen la imperiosa responsabilidad de garantizar la protección de los Derechos Humanos a todas las personas del mundo sin distinciones raciales, religiosas, sexuales, socioeconómicas o políticas; que la promoción y respeto de la dignidad humana son necesidades ineludibles para la construcción, consolidación y mantenimiento de la democracia.
No obstante, 53 años después continuamos reuniéndonos, no alrededor de los logros obtenidos en materia de Derechos Humanos, sino desafortunadamente en torno a su violación, a los ultrajes e injusticias, a la explotación y opresión que soportan las mayorías; en últimas, al impedimento de la libertad y la dignidad humana.
Este 10 de diciembre nos congregamos para oponernos a la flexibilización laboral que tiene a miles de familias pasando hambre; a las empresas trasnacionales que están devorando el planeta, arrasando las fuentes de agua, las selvas vírgenes, los territorios de comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes; a las fronteras que se cierran ante los ojos impávidos de los peregrinos, exiliados, despojados; a los gastos militares en aumento, a la sacralización de la violencia contra la diferencia. Nos reunimos hoy 10 de diciembre de 2011 porque no estamos dispuestos a tolerar la difusión del miedo y la imposición de la resignación.
Nos oponemos a que se hable de igualdad como un eufemismo para ocultar las profundas brechas sociales, para encubrir las diferencias entre quienes acceden a la educación y quienes deben conformarse con opciones laborales indignas; entre quienes tienen tarjeta dorada para atención médica y quienes apenas si cuentan con SISBEN y deben someterse a largas horas de espera y una atención de pésima calidad; entre quienes logran obtener empleos con todas las prestaciones sociales y quienes se ven abocados a la vida delictiva como única alternativa para la sobrevivencia; entre quienes habitan zonas seguras y disfrutan de todos los servicios básicos y quienes viven en las laderas que se escurren con el invierno, quienes desconocen el agua potable que se obtiene al abrir la canilla, se conectan a redes ilegales de electricidad y ven correr los desechos por los caminos. Nos oponemos a que se pregone igualdad mientras exista un mundo para los que poseen y otro para los desposeídos.
Nos oponemos a que se diga que la vida es respetada y garantizada cuando en nuestros barrios caen niños y jóvenes por las balas y la miseria indistintamente; cuando la gente no puede disfrutar las noches cálidas conversando con los vecinos porque debe obedecer el toque de queda, en las mañanas debe correr al trabajo en medio del silbido de los tiros y regresar a sus hogares para continuar enfrentando la misma violencia y la misma miseria, violenta por demás.
Es inaudito que se grite a viva voz el respeto a la vida cuando la oposición es acallada con fuego, cuando millones de personas son sometidas a vivir –apenas existir– sin conocer el paradero de sus familiares desaparecidos; cuando miles de jóvenes son engañados con oportunidades laborales y obligados a portar un uniforme militar para, finalmente, acribillarlos en nombre de la patria y hacerlos pasar por guerrilleros caídos en combate.
Nos oponemos a que se llame libertad a la palabra censurada y la idea perseguida; a que se nombre seguridad a la construcción de cárceles y la penalización de todo lo que se salga de los parámetros establecidos; a que se entienda por dignidad a la exclusión, el hacinamiento, la insalubridad, las enfermedades endémicas que pululan en los centros penitenciarios de Colombia.
Porque resistimos y porque caminamos tras la utopía de un mundo distinto, el día de hoy estamos reunidas organizaciones de Derechos Humanos, de víctimas, de desconectados, de presos políticos, de estudiantes, de jóvenes, para invitar a reflexionar y continuar reclamando por condiciones de vida realmente dignas y el respeto y garantía de los Derechos Humanos.